Estamos viendo que el coronavirus no entiende de razas, clases sociales o géneros, pero hay quienes se empeñan en dejar de lado la solidaridad y cooperación para contagiarnos de su racismo contra los de siempre

España se enfrenta a una situación sin precedentes en la historia reciente del país. El Gobierno ha decretado el estado de alarma en todo el país para hacer frente al COVID-19, un virus frente al que no hay respuesta. Sanidad nos recomienda encarecidamente quedarnos en casa, no hacer viajes si no es estrictamente necesario, lavarnos las manos mucho y estornudar y toser en el antebrazo. Toda precaución es poca ante una pandemia que debemos tomarnos en serio.

Pero en esta época la que la solidaridad y la cooperación deberían estar por encima de todo, vemos que hay hueco para un virus que lleva infectando nuestras sociedades desde tiempos inmemoriales y que con el COVID-19 ha encontrado una mutación desde la que atacar con fuerza: el racismo.

Cuando se inició el brote en Wuhan allá por diciembre sus efectos llegaron a la población asiática en España. No los de enfermedad y sí a través de actos racistas que señalaban abiertamente a esta comunidad como portadores del COVID-19. Como si se propagara no como nos dice la ciencia que se propagan las enfermedades, sino brotando milagrosamente en los cuerpos de quienes comparten un mismo origen, piel y rasgos, independientemente del país en el que vivan. Me haría gracia si no fuera por los efectos reales que tiene en mucha gente.

No han sido pocas las personas y colectivos de origen asiático que se han organizado frente a ello. Como el artista Putochinomaricón y su desfile en la Madrid Fashion Week con el ‘No soy un virus’ pintado en el cuerpo, un lema que muchos hicieron suyo en todo el mundo y que me hace pensar en toda la energía que perdemos defendiéndonos con obviedades, en vez de ampliando nuestros derechos.

Aun así el mensaje no cala. El actor Santiago Segura escribía, como siempre se dice en estos casos ‘en clave de humor’, el siguiente mensaje: «Tweet de desahogo. Me cago en el puto chino que se comió un pangolín semicrudo y una sopa de murciélago de entrante». De nada sirvió que un análisis genético cuyas conclusiones publicó la revista Nature dijera que el coronavirus no pasó de los murciélagos a las personas a través del pangolín.

Pero el premio coronavirus a la ‘racistada’ se la lleva un sospechoso habitual, Javier Ortega Smith. Para el dirigente todo tiene que ver con nacionalidades y en cualquier ámbito lo español es lo mejor, lo más rápido, lo más alto y lo más fuerte. «Mis anticuerpos españoles luchan contra los malditos virus chinos hasta derrotarlos», escribía en Twitter tras su positivo. Lo que fuera con tal de convertir esto en otro alegato racista y no agradecer al sistema sanitario. Le puso de vuelta y media la embajada de China en España con el siguiente mensaje

A las pocas horas Ortega Smith borró el tuit. Pero quien piense que este tipo de mensajes no tienen repercusiones se equivocan. El estigma comienza con los mensajes que se difunden y terminan con los energúmenos que se toman la justicia por su mano. Le ocurrió a Thomas Siu, un joven estadounidense de ascendencia china que volvía a casa en Madrid cuando dos hombres le propinaron una dura paliza. Se despertó a los dos días en el hospital y solo recuerda que le dijeron algo relacionado con el coronavirus.

Los contagios por racismo no han parado y, si el COVID-19 no entiende de razas, clases sociales, géneros o colores favoritos, vemos que el racismo derivado de esta pandemia, sí. A la población gitana siempre se la ha señalado como foco de enfermedades y falta de higiene. En esta ocasión no iba a ser menos, como siempre mencionando las consecuencias y pocas veces las causas, en las que todos los caminos llevan a la sistemática exclusión del Pueblo Gitano en España.

En Haro, el COVID-19 entró de lleno. Según este mapa que calcula la probabilidad de contagio con una fórmula matemática, alrededor del 0,604% de su población estaría infectado a 14 de marzo. Si lo comparamos con Madrid y Vitoria, dos de los mayores focos, vemos lo que supone: en la capital marca un 0,037% y en la ciudad vasca es del 0,188%. Ante esta emergencia sanitaria algunos, en vez de arrimar el hombro por toda la sociedad, se dedicaron a difundir mentiras acerca de la población gitana del pueblo. En audios de Whatsapp que se viralizaron vomitaron que todos los gitanos estaban infectados y que no seguían las recomendaciones sanitarias. Unos días después los autores tuvieron que salir a pedir disculpas por su irresponsabilidad, pero el daño ya estaba hecho y la estigmatización al Pueblo Gitano siguió su curso.

Impulsado por diferentes motivos, el racismo acaba impactando en las misma víctimas de siempre, en este caso asiáticos y gitanos. Apenas vemos nada sobre los italianos, ni «chistes» de Santiago Segura ni anticuerpos españoles en batallas épicas contra el maldito virus italiano, pese a una de las vías más claras de llegada del virus haya sido desde Italia. Solo el caso de un colegio italiano de Barcelona al que negaron la entrada en una piscina para sus clases de natación. En un reportaje reciente en este medio, Rolando d’Alessandro, italiano que lleva 35 años afincado en Barcelona, decía que a él nadie le había tratado diferente por ser italiano a raíz del brote de coronavirus. «Como sí les ha pasado a algunos asiáticos», añadía.

Antes que a los italianos hemos visto como miembros de la extrema derecha preferían culpar de la propagación del virus a la inmigración africana, utilizando un vídeo grabado en Costa de Marfil que hacían pasar por imágenes de España o Italia. Desde África, cuando el continente tiene un número muy bajo respecto a Asia o Europa.

En los últimos días hemos visto muestras de solidaridad de asiáticos y gitanos. Los primeros repartiendo mascarillas y los segundos repartiendo comida para quienes más lo puedan necesitar, sin dejar a nadie atrás. La lástima es que muchos solo valoren la humanidad de estas comunidades cuando hacen acciones positivas y extraordinarias, mientras en la normalidad son estereotipos andantes.

Es el momento de las soluciones. El coronavirus no entiende de razas, clases sociales o géneros, tampoco de profesiones. Pero sus consecuencias, sí. Lo reclaman las trabajadoras del hogar, que suelen cuidar a mayores y niños, y que no tienen directrices para actuar en tiempos de coronavirus. En la asociación Sedoac han elaborado una serie de consejos. Hay quienes apuntan directamente a los Centro de Internamiento de Extranjeros (CIE) para que tomen medidas de cara al virus. 

Hace poco se ha creado un Comité de Emergencia contra el Racismo que engloba a activistas y más de 100 colectivos que buscan informar sobre los recursos disponibles y proponer medidas que garanticen que las condiciones materiales y derechos de migrantes y comunidades asiáticas, gitanas, negras… 

En estos tiempos de solidaridad y reconocimiento al trabajo de personal sanitario, cajeras de supermercado, reponedores y todo tipo de empleos muchas veces precarios que ahora se vuelven imprescindibles, no olvidemos actuar también por los grupos que nos enfrentamos al coronavirus ante quienes aprovechan esta circunstancia excepcional para, una vez más, tratar de contagiarnos su racismo.

Autor del artículo: Moha Gerehou

Fuente: eldiario.es

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