La noche de los cristales rotos de los gitanos españoles, cuando pertenecer a esta etnia fue delito, se alargó 16 años en el siglo XVIII

En 1938 se produjo en la Alemania nazi el mayor pogromo de la humanidad, un ataque generalizado contra el pueblo judío que pasó a la historia como la noche de los cristales rotos. Pero dos siglos antes, España aplicó a la población gitana su propio intento de solución final: la Gran Redada de 1749.

En la noche del 30 de julio, el Ejército español llevó a la práctica la orden de arrestar a todos los gitanos y gitanas residentes en el país. Culpados del aumento de la delincuencia, impulsada por la miseria desatada por las guerras de la monarquía, los romaníes habían vivido ya diversos ataques institucionales. En primer lugar, la Corona había buscado su sedentarización. Para ello, en 1717, Felipe V había fijado su residencia forzosa en 41 ciudades, más tarde ampliadas a otras 30, lo que facilitó el posterior arresto generalizado, teniendo en cuenta, además, que muchos de ellos seguían concentrados en determinadas ciudades en espera del reasentamiento.

El plan secreto no fue anunciado públicamente, solo constaba en borradores de las altas esferas de la monarquía de Fernando VI

Pese a la integración y buenas relaciones de muchos gitanos con el resto de la población, el afán del Estado absolutista por la homogeneización de sus súbditos fue generando en la primera mitad del siglo XVIII nuevas normas de mayor dureza, como la persecución de los matrimonios según ritos ajenos al catolicismo o de la lengua caló.

En los círculos del poder fue ganando terreno el plan de exterminio, primero a instancias de Gaspar José Vázquez Tablada, obispo de Oviedo y gobernador del Consejo de Castilla, y luego del ministro Zenón de Semodevilla y Bengoechea, marqués de la Ensenada. El plan secreto no fue anunciado públicamente, solo en borradores de las altas esferas de la monarquía de Fernando VI, como en este donde el marqués especificaba: “Luego que se concluya la reducción de la caballería se dispondrá la extinción de los gitanos. Para ello es menester saber los pueblos en que están y en qué número. La prisión ha de ser en un mismo día y a una misma hora”.

La idea era separarlos por género, con intención de impedir su reproducción: hombres mayores de siete años por un lado y mujeres y menores de siete años por el otro. Todos destinados a trabajos forzosos: los primeros en los arsenales, las segundas en fábricas. Para sufragar los gastos del traslado, todos los bienes de los arrestados quedaban confiscados.

En agosto de 1749, entre 9.000 y 12.000 gitanos fueron detenidos. Los prisioneros quedaron en condiciones de hacinamiento, mal alimentados, expuestos a epidemias y a castigos físicos como los grilletes

En el mes posterior al 30 de julio de 1749, entre 9.000 y 12.000 gitanos fueron detenidos. El rápido traslado a sus destinos estuvo muy lejos de la eficacia pretendida por el marqués de la Ensenada. Se desató el caos. Para empezar, la primera reacción del colectivo gitano fue diversa. Hubo algunos que se presentaron voluntariamente ante las tropas, pensando que la operación estaba relacionada con el reasentamiento por tanto tiempo dilatado. Sin embargo, muchos otros huyeron antes de ser capturados y en algunas ciudades como Sevilla se produjeron disturbios. El proceso de traslado y alojamiento se caracterizó por la improvisación, habilitándose castillos y alcazabas para recluirles, o incluso vaciando y cercando barrios con ese objetivo, como por ejemplo en Málaga. Los prisioneros quedaron en condiciones de hacinamiento, alimentados con comida en mal estado, expuestos a epidemias y siendo víctimas de castigos físicos como los grilletes. Se dieron casos de rebelión, como en la Casa de la Misericordia de Zaragoza, donde los cientos de mujeres recluidas protagonizaron diversos episodios de motines y fugas.

Al cruel plan de los gobernantes de España se le acumulaban los problemas, como el hecho mismo de su visión del término “gitano”. Como se ha mencionado, antes de la Gran Redada muchos gitanos vivían integrados en sus ciudades y pueblos, por lo que desde diversos estamentos se demandó su libertad. Muchos la consiguieron, aunque entre la confusión generalizada a veces se les liberaba en un lugar y se les volvía a detener en otro. Por otro lado, incluso desde el ámbito militar surgieron quejas sobre los problemas que el encarcelamiento masivo les estaba suponiendo.

Finalmente, el Estado, ya con Carlos III a la cabeza, dio su brazo a torcer y en 1763 dispuso que se llevaría a cabo la puesta en libertad de los gitanos presos, la cual, para desesperación de estos, se retrasó aún dos años más por problemas burocráticos. En julio de 1765, finalmente se dictó la orden de liberación. La noche de los cristales rotos de los gitanos españoles, durante la cual pertenecer a esa etnia fue delito, se había alargado 16 años.

Autor: Eduardo Pérez
Fuente: El Salto Diario
Foto principal: Belén Moreno

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