Los gitanos, a través de la Historia, han sido objeto de repulsión y desconfianza, sufriendo directamente las consecuencias derivadas de las crisis sanitarias provocadas por epidemias como la peste. Acusados de innumerables males, su presencia era vedada en cada ocasión que se declaraba esta mortífera enfermedad. Así ocurrió por ejemplo en Lorca, cuyo cabildo acordó el 7 de julio de 1601 su expulsión, nada más constatarse su existencia con motivo de haber acudido un numeroso grupo de ellos durante la celebración de la fiesta del Corpus. De esta forma, escudándose en el riesgo de contagio que se les atribuyó, acordó “que los gitanos de esta ciudad se salgan de ella”, para lo que se concedió un plazo de dos días, “porque si así no se hace y cumple, serán causa los dichos gitanos de que esta ciudad enferme de pestilencia”. Una precaución que en realidad escondía el verdadero motivo, el de evitar “otros grandes inconvenientes que traen consigo”. Una presunción basada en los prejuicios negativos extensamente difundidos a lo largo de todo el siglo XVI, recogidos posteriormente por arbitristas y procuradores en Cortes.
De la identificación del gitano como transmisor de enfermedades, se acabó pasando a fundir el mal con el mismo individuo, haciendo que el gitano pasara a ser un tipo de enfermedad que debía ser combatida y extirpada. Surgen así propuestas encaminadas a la toma de medidas que atajaran la difusión de la enfermedad.
Entre otras propuestas y memoriales, citamos por ejemplo dos casos bien significativos. El primero, inserto en el memorial del Reverendo don Manuel Montillo de Salas, elevado al rey en mayo de 1674, donde intenta explicar el fracaso de las leyes antigitanas promulgadas hasta entonces “A mí me parece que cuando se hicieron dichas leyes se consideraron estos daños, y poco fruto o ninguno de esta gente; y ahora con más fuertes razones, instan los mismos daños y peligros, para que Vuestra Majestad cuando no por lo grande de mi persona que le da este aviso que del servicio de Dios nuestro Sr. y de Vuestra Majestad, sino por las causas justas que le asisten y conveniencias de estos reinos y de vasallos de Vuestra Majestad, se sirva de poner el remedio conveniente en atajar este contagio y peste de esta gente en estos reinos que yo ofrezco como indigno sacerdote rogar a su divina majestad, en quien confío que disponga lo que convenga a su santo servicio, y en mis pobres sacrificios y oraciones por Vuestra Majestad como dichas y obligación de todos los sacerdotes, para que encamine los ánimos de los del Consejo de Vuestra Majestad al eficaz remedio de todo”. También la Junta de Gitanos convocada en septiembre de 1749 para decidir lo que se había de hacer con aquellas víctimas gitanas capturadas con ocasión de la Gran Redada de ese año, en cuyo análisis se reconoce el exceso cometido con todos aquellos que habían “vivido arreglados”, aun cuando dicha Junta se reafirmaba en el hecho de que “todos los gitanos y gitanas son peste de la república por sus vicios y malas inclinaciones, sin sujetarse por regla general a una vida cristiana y útil”.
Aún en el siglo XX, los gitanos siguieron estando en el punto de mira de cuantas campañas de prevención tratándoles como apestados, sobre los que había que practicar medidas profilácticas de carácter sanitario, para que se hizo necesario realizar un control más estrecho. Así, por ejemplo, por una circular del Gobernador Civil de Albacete publicada en 1918 en el Boletín Oficial de aquella provincia, se dictaron reglas para evitar la propagación del tifus exantemático y la creación de un servicio especial de “vigilancia de los pordioseros, vagamundos, gitanos, emigrantes pobres y gentes ambulantes desaseadas”. También, en el mismo año, el foco de la gripe española que asoló Zamora, fue achacado injustamente a una familia gitana, concretamente en “un gitanillo atacado de viruelas», a cuya puerta se colocó un cartel de aviso. Tras la finalización de la Guerra Civil, desde noviembre de 1939 y bajo el pretexto de combatir el tifus exantemático, los gitanos fueron objeto de redadas para ser internados en centros que no cumplían las mínimas condiciones para su estancia y tratamiento (Ver https://www.publico.es/politica/memoria-publica/franquismo-racismo-franquista-dictadura-ordeno-despiojar-gitanos.html). Una disposición que el Gobernador de Palencia justificó entonces por ser gente vagabunda y descuidada en “su limpieza personal o familiar”, que por “su frecuente caminar, de uno a otro rincón, pueden ir sembrando su paso de piojos, si en su vivir andariego no rinden el culto debido al agua y al jabón”. De esta forma llegamos a la actualidad, y la Historia nos pisa los talones. La crisis del COVID-19, el llamado coronavirus vuelve a resucitar y empozoñar viejos fantasmas (Ver https://www.newtral.es/la-guardia-civil-niega-que-un-grupo-de-vecinos-gitanos-de-haro-hayan-rechazado-seguir-los-protocolos-de-sanidad/20200310/)
Fuente: La historia de los gitanos españoles (Manuel Martínez Martínez)
Foto: Mujeres gitanas presas en Les Corts (Barcelona)