Volver a la «gypsy» que fui, a la «gypsy» que fui…

Steve Nicks

La serie

“Nadie habla de Gypsy. Lógicamente”. Así titulaba su duro y conciso artículo de crítica sobre la nueva serie televisiva de Netflix que nos ocupa Alberto Rey en su blog de El Mundo. “Gypsy, un sexy thriller que no es ni tenso ni atractivo” rezaba el título de otro texto publicado en La Vanguardia sobre la cuestión por Pere Solà Gimferrer. “Naomi, así no”, de tal forma era, coronando este pequeño recopilatorio de piropos, el epíteto elegido por Álvaro P. Ruiz de Elvira para sazonar su sarcástica misiva sobre este particular producto cultural cuya existencia no ha producido debate alguno más allá de lo anecdótico… en el mundo de los gaché, los no gitanos/as.

Poco después de ser estrenada, comenzó a circular a través de redes sociales una hoja de firmas encabezada por personas gitanas a través de la plataforma change.org. En el documento se exigía un cambio de nombre para la serie. La razón es muy sencilla. «Gypsy» es la forma despectiva, con origen en el arcaico relato deshumanizador construido sobre nuestro Pueblo desde los Estados racistas europeos, con la que se nombra a los Rroma para insultarlos en el mundo angloparlante.

Muchos calós y calís residentes en el Estado español, así como la mayoría aplastante de los no gitanos, desconocen el carácter racista de la palabra «gypsy» y creen que se trata, sencillamente, de la traducción neutra de la palabra «gitano/a». A este respecto es justo decir que, aunque nuestras comunidades en la península han revalorizado desde hace siglos y de forma excepcional el uso de la palabra «gitano/a», se trata de un vocablo originalmente externo, no rom, impuesto de forma vertical por el poder y que está relacionado con las narrativas europeas sobre el supuesto origen de los nuestros.

Dicho lo cual, desde nuestro punto de vista, resulta absolutamente artificial e inútil emprender una batalla frontal con los gitanos y gitanas de a pie para que dejen de usar el término. No obstante, es importante mostrar de forma crítica el origen del vocablo así como el discurso racista sobre el que se cimienta su semántica para dejar que sea la propia evolución política de las demandas romaníes del Estado español las que vayan cuestionando o no el uso dominante de la palabra «gitano/a», lo cual no se corresponde necesariamente con la voluntad de desecharla por completo.

Las críticas escritas en diferentes medios de renombre sobre la serie protagonizada por Naomi Watts se centran en los criterios estéticos y cinematográficos, como en un primer momento pudiera parecernos lógico, para señalar las razones por las que la esperanza del éxito se ha materializado en un estrepitoso fracaso mediático generalizado. Sin embargo, en ninguno de los textos existe mención alguna a la razón que motiva este pequeño artículo. La serie se llama «Gypsy» y la primera pegunta que surge en cualquier mente gitana es ¿por qué? La respuesta, no obstante, se complejiza. En primer lugar, no hay personajes gitanos en la serie, ni uno. La protagonista no es gitana. La trama no se desarrolla en el seno de una comunidad romaní. No existe mención alguna a los gitanos en los capítulos ni vinculación del sentido último de este producto cultural con lo que consideramos una proyección explícita de la imagen gitana ante la que poder protestar como de costumbre. Así bien, de nuevo, ¿Por qué «Gypsy»?

Una canción, un imaginario

La pregunta por la razón que explica el título se encuentra en la canción elegida para poner banda sonora a nuestra desastrosa serie. Y es curioso, es una canción hermosa, cierto, hermosamente racista. Escribíamos más arriba: “No existe mención alguna a los gitanos en los capítulos ni vinculación del sentido último de este producto cultural con lo que consideramos una proyección explícita de la imagen gitana ante la que poder protestar como de costumbre”, lo cual es cierto, en parte aunque se trata de una respuesta trampa.

A tenor de ello, decimos que la canción («Gypsy») es hermosa y lo hacemos conscientes de que “para gustos, colores”. Ciertamente, lo hermoso para el que escribe se desvela más en una siguiriya cantada por José Valencia o en el violín de Roby Lakatos que en la dichosa canción. Pero esto no va de individualidades, sino de colectivos; no trata de gustos personales sino de trampas culturales, de herencias, de contextos que implican a millones de individuos que conforman familias; a familias que conforman comunidades; a comunidades que conforman naciones.  La canción –hermosa, según los parámetros estéticos de la sensibilidad gachí– explica el título y el título se explica a través de la canción, no hay más; sin embargo esto nos puede llevar toda una vida. Si queremos descubrir qué está en juego no tenemos más remedio que comenzar por aquí; más tarde sobrevolaremos el contenido de la trama.

Dice el tema: “La gitana que permanece (en mí) enfrenta la libertad con un poco de miedo”. ¿Cuál es la paranoia que tiñe este concepto de libertad? La protagonista de la serie resulta ser una psicóloga de éxito, una mujer de mediana edad, atrapada en una vida conyugal y profesional que oprime sus deseos salvajes, un clásico de la cultura euro–norteamericana liberal. La gitana, «the gypsy», aunque sea de forma implícita, meramente nominal, funciona sin embargo en este producto cultural como arquetipo contracultural que lo impregna todo con su ausencia/presencia; como símbolo de aquello que esta mujer blanca perdió: la libertad de actuar impulsivamente. Es importante advertir que no hablamos de una mujer, sino de “la mujer”, mito identitario con pretensiones de universalidad en el que se proyecta una frustración contemporánea patriarcal y en la que se propone un método de liberación que omite su herencia y horizonte cultural.

Los gitanos, especialmente a partir del romanticismo europeo orientalista, son percibidos como personajes cuasi mágicos, dueños de un carácter irracional que los aleja de las convenciones sociales y de los códigos morales de la sociedad moderna occidental. Evidentemente, la dimensión patriarcal del racismo antigitano tiene consecuencias en la construcción de los roles de género que se les asignan a las personas gitanas y que dominan el imaginario occidental. La idea de “liberación sexual” latente en la serie, que hunde sus raíces en el puritanismo católico encuentra en “la gitana” uno de sus baluartes simbólicos; toda la patología gachí, efecto de siglos de represión sexual, busca desesperadamente un falso mito hacia el que proyectar su neurosis: the gypsy.

No se habla en cambio de la opresión racista sistemática, de la persecución tradicional acuciante, de los intentos de genocidio perpetrados contra nuestro Pueblo; no se habla del por qué de los márgenes que nuestros ancestros se vieron obligados a ocupar –márgenes en los que son recluidos hasta el presente–. ¿Por qué? Porque situar ante la luz las razones de la dominación racista implica destruir el paradigma exótico con el que se oculta el gueto y se le llama “margen”. Al contrario, el margen del peligro, para nuestras orgullosas abuelas y abuelos,  estaba en el mundo injusto de los gaché; un mundo opresivo y oprimido cuya hegemonía nos haría perder nuestra preciada autonomía comunitaria; nuestra cosmovisión, nuestra identidad.

¿Quién es the Gypsy?

“[…]Ella está bailando lejos de mí ahora/ Ella era sólo un deseo […]”. ¿Quién es ella? «The Gypsy». “La gitana” para los creadores de esta serie es sencillamente un deseo de reconectar con quién sabe qué pasado primitivo perdido por la mujer blanca y su acartonado marido licenciado en derecho. Antes, quizás, de morder la manzana de Adán, Eva podía vivir en una orgía permanente de experiencias enaltecedoras; podía hacer el inter rail y enamorarse de una adolescente trastornada y autodestructiva en cada estación de tren; podía escalar el Everest y acampar en Ciudad del Cabo para bucear con un pseudo Rimbaud amante diniló bandido junto a los increíbles tiburones blancos. En todo caso, se trata de la fantasía racista gachí poniendo en marcha de nuevo su maquinaria antigitana. Debemos ahondar en ella, comprenderla, desarticularla, no ya para convencer a los gaché, sino por nosotros y nosotras mismas.

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